La música o el silencio (I)

Una canción por la que sentía, digamos, algo de rechazo, de golpe, una noche se me reveló como algo grandioso. Fue, con ánimo de parecer cursi, casi como una experiencia religiosa.

Simon & Garfunkel, aunque no llegaban a disgustarme del todo, nunca fueron santo de mi devoción, probablemente por prejuicios, ya que canciones como The sound of silence, Mrs. RobinsonCecilia o Bridge over troubled water, las escuché tantas y tantas veces a lo largo de mi vida (es lo que tiene crecer escuchando M80), que me daba pereza escuchar otras canciones, pero cierta persona consiguió que les prestara atención y me descubrió algunas de las que ya son imprescindibles para mí, como America, que es mi favorita, Old friendsApril come she willKathy’s song, etc.

No fue hasta cierta noche, una noche de fin año, cuando empecé a adorarlos. Celebré el año nuevo con unos amigos en su casa y, como era habitual entre nosotros, no faltó la música. Con cuatro guitarras, una armónica, un kazoo, una pandereta y unas maracas, pasé una de las mejores noches de mi vida. Bebiendo, cantando y sin parar de reír.

Pasada la medianoche, una amiga subió el volumen y dijo: «¡Callaos! Que esta hay que escucharla con atención». Y así lo hicimos. Por unos minutos se hizo el silencio y aproveché para estirarme en el sofá, boca arriba, para cerrar los ojos y relajarme… Las burbujas del cava y el vino empezaban ya a hacer estragos en mi cuerpo. No llegué a emborracharme del todo, pero sí llegué a ese puntito de gustera que hacía que todo diera vueltas e infinidad de colores que se entremezclaban parecieran bailar, exaltados por la psicodelia, bajo mis párpados.

No sé si fue porque me sentí identificada, porque soy una sentimental, porque el que fue mi novio por aquel entonces, a mitad de la canción, se puso a acompañarla con la guitarra o porque me invadió el espíritu navideño, pero me emocioné. Me emocioné muchísimo. Y ahora cada vez que la escucho me emociono más. Es tan mágica que me transporta a otro lugar, a otra época que me hubiera gustado vivir, me desinhibe y, a riesgo de volver a parecer cursi, me da ganas de sacar lo mejor de mí. Quizás ese fue mi mayor propósito para el año nuevo aquella noche, y creo que conseguí cumplirlo, aunque no como lo había previsto (eso ya es otra historia).

Así que, en una madrugada lluviosa de agosto como la de hoy, cargada de otras pequeñas revelaciones y emociones, mientras escucho el sonido del silencio me dispongo a ser aún mejor persona.

¿Qué sería de mí sin la música? ¿Y qué sería de la música sin el silencio?

P.D.: Aunque quiera ponerme trascendental, y por mucho que me gusten, soy incapaz de hablar de Simon & Garfunkel sin pensar en este video (oioioi).

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